Cuando entré por la puerta del restaurante donde iba a ser
la reunión me dijo el camarero “¡ey!, chica, ¿te pongo un cubata?”, no se qué
cara me vería para ofrecérmelo, pero si yo hubiera sabido como acabó la reunión
sin duda le hubiera respondido “dos”.
Entré, me senté en la segunda fila. Quería enterarme bien y
sobre todo, que se me viera, mandé un par de Whatsapp “ya estoy dentro” “esto
va con retraso”. Apagué la conexión, me giré y le busqué con la mirada. Allí
estaba con esa sonrisa que me alegra, me alegraba y me sacaba de quicio.
Nos miramos “voy yo”, “no, ven tu” que si que no, cogió sus
cosas y se sentó a mi lado. Mario, mi vecino del 5ºC y entonces empezó a
ponerme en antecedentes de todo lo que este año había dado de sí en el foro, el
facebook y claro que si, en el patio de vecinos.
Se respiraba un aire enrarecido, un ambiente dividido a
todas luces. Según iba transcurriéndola reunión era más palpable el amiguismo y
las enemistades que se habían formado durante todo el año de mandato del Primer
Presidente.
Mario lo estaba pasando mal, la tensa situación que se
vivía, los tres bandos claramente formados que discutían para al final querer
decir lo mismo, el había hecho amistad con unos, pero no estaba de acuerdo en
todo lo que defendían y votaba a mano alzada con miedo.
La reunión terminó como el rosario de la aurora. Pero acabó, le ofrecí llevarle a casa en coche
y cuando ya estábamos en el ascensor le dije ¿no tendrás un par de zanahorias
para dejarme?. Subimos entonces al quinto piso. Abrió su puerta y me dejó
pasar, entonces ocurrió todo.
Le maté señor Juez, porque no me gusta ver a nadie sufrir.